miércoles, 14 de enero de 2009

LA NUTRICION DEL NIÑO I


A pesar de que la difusión de datos fehacientes sobre las ventajas y los inconvenientes de distintos tipos de alimentación ha contribuido a debilitar ciertas creencias, aún persisten algunas. Entre ellas, aunque con una afortunada tendencia a disminuir, se cuenta la de que un niño rollizo es más sano que uno delgado. Pero nada está más lejos de la verdad, por cuanto la salud de un niño no se mide por su peso sino por su aspecto y por la vitalidad con que se desenvuelve normalmente.
El atribuir la salud de un niño a su peso superior al normal no sólo implica su innecesaria sobrealimentación, con lo cual se le aporta cantidades de energía superiores a las requeridas por las actividades que suele realizar, sino también el perjudicial suministro indiscriminado de alimentos con muy alto contenido de grasas saturadas, con lo que se estará sembrando la semilla cuyo fruto será la obesidad, en genral, para el resto de su vida. El hábito de utilizar la comida con otros fines que los alimentarios se inicia desde la más tierna infancia, como suele suceder cuando los padres ofrecen algo de comer al bebé que llora, como elemento disuasorio o como calmante, aunque el motivo de su llanto no sea el hambre. Así comienza la anulación de la necesidad fisiológica de comer que, con el tiempo, va convirtiéndose en un mero impulso social o de autocomplacencia sin sentido racional y que, con más frecuencia de la que se cree, desemboca en una franca obesidad.Aunque aún está por determinar si el excesivo tejido adiposo proviene de factores hereditarios o ambientales, o de una combinación de ambos, sí se sabe que los tejidos grasos se forman en la infancia y en los primeros años de la adolescencia y que, una vez instalados, permanecen en el cuerpo para toda la vida. Prueba de ello es que alrededor del 80% de los obesos adultos tiene antecedentes de obesidad durante la infancia.
La razón de este fenómeno radica en que, además de contar con un número de células grasas dos o tres veces superior al que tiene un niño de peso adecuado, esas células son, en sí, mucho más grandes que las normales, y su carga de adiposidad es tal que jamás será utilizada por el organismo.
La mala alimentación del niño obeso suele ir acompañada de un incentivo escaso o nulo, por parte de la familia, para que practique deportes o ejercicios físicos, lo cual contribuye a que su gasto energético sea inferior al deseable.
Los padres que se preocupan por la obesidad de sus niños, aunque sin quererlo suelen ser ellos los causantes, la atribuyen a menudo a supuestos problemas endocrinos. Pero la incidencia de este tipo de trastornos en los casos de obesidad infantil es muy baja, apenas de un 2%. Así, se encuentran ante la ingrata tarea de tener que someter a un niño a una dieta para adelgazar.