sábado, 8 de octubre de 2011

HAMBRE FISICA VS HAMBRE EMOCIONAL

Mujer comiendo pastel(© AFP)

El hambre emocional (emotional eating) es comer por otras razones distintas al hambre. La emoción detona el hambre, no el cuerpo que necesita ser alimentado. Dicen los expertos de la Clínica Mayo que los mayores antojos de comida ocurren cuando más débiles estamos emocionalmente. También dicen que lo que más queremos comer en esos momentos son alimentos altos en calorías, grasosos y dulces. Afirman que hay una conexión que han estudiado a lo largo de los años entre el estado de ánimo y la comida.

Es parte de la sabiduría popular que nos "consolamos" con la comida de la ansiedad, la presión, el miedo, el aburrimiento, la tristeza o la soledad.

Las principales circunstancias psicosociales que según la Clínica Mayo detonan hambre emocional son: desempleo, presiones financieras, problemas de salud, conflictos relacionales, presiones laborales, mal clima (¡!) y agotamiento.

El hambre emocional se siente repentina y no paulatinamente como el hambre física. Implica comer en automático sin detenerse a pensar por qué lo estamos haciendo. Es un intento fallido por resolver asuntos emocionales intensos y ante la falta de estrategias para manejarlos se recurre a la comida. El hambre emocional se ha asociado a personas incapaces de pedir ayuda, presionados a no equivocarse, con dificultad para expresar emociones en forma verbal o a través del llanto. Adultos que de niños fueron sobreexigidos y censurados en la expresión de sus necesidades emocionales. Típicamente hermanos mayores, hijos parentales que funcionaban como padre o madre ante la ausencia real o simbólica de alguno de los padres, los muy inteligentes o muy responsables de quienes siempre se esperaba cumplimiento, obediencia y apoyo. También típicamente rechazados cuando expresaban sus sentimientos, estos adultos han aprendido a refugiarse en la comida y a no compartir con nadie lo que les pasa, porque tienen un recuerdo intenso de haber sido descalificados o criticados duramente cuando mostraron debilidad.


La comida se convierte entonces en un oasis donde consolarse y compensar así, la falta de consuelo que no tuvieron de los padres cuando niños y la incapacidad de autoconsuelo a través de otras estrategias como hablar, pedir ayuda, llorar, acompañarse de otros para enfrentar las adversidades.

Las principales diferencias entre el hambre emocional y el hambre física son las siguientes: el hambre emocional aparece repentinamente como un antojo específico que debe ser satisfecho inmediatamente, seguir comiendo aun sintiéndose lleno y mucha culpa después de comer. El hambre física aparece gradualmente, acepta opciones de diferentes alimentos, puede esperar, se deja de comer al sentirse lleno y no hay culpa involucrada.

En otros estudios (webmed) se ha encontrado que la comida chatarra se consume para "combatir" o para mantener un sentimiento. Las mujeres cuando están contentas o deprimidas tienden a comer helados, chocolates y galletas. Los hombres, pizzas y carne. Todos, papa fritas frente al aburrimiento.

Propuestas para cambiar este patrón de relación con la comida:

1. Técnicas para manejar el estrés como yoga, meditación, relajación.

2. Llevar un diario de comida: qué, cuándo, cuánto, cómo te sientes al comer y calificar del 1 al 10 cuánta hambre tenías cada que comiste. Esto implica recontactar con uno mismo, con las señales del cuerpo pero también con las señales del corazón que, coincidentemente, se encuentran localizadas físicamente a lo largo del aparato digestivo. Las corazonadas, las latidas, el nudo en la garganta, el vacío a la altura del pecho, el golpe en el estómago...todo está asociado al aparato digestivo. Es así que hambre física y hambre emocional son fáciles de confundir.

3. Es importante descansar un número suficiente de horas. Si estamos cansados, es más probable que comamos por causas emocionales, intentando recuperar la energía necesaria para sacar adelante el día.

4. La terapia puede ayudar en el desarrollo de habilidades nuevas para enfrentar las dificultades, las adversidades, el dolor.

Parece ser que la mejor opción para desactivar el hambre emocional es aprender a manejar las emociones: identificarlas, ponerles nombre, expresarlas, monitorearlas. Como siempre en temas emocionales, es muy importante tomarse unos minutos, horas, quizá días, para procesar lo que nos está pasando. "No sé lo que me pasa" es una defensa para no ver lo evidente o una incapacidad para identificar sentimientos. Es increíble que seamos seres sentimentales y que tantas veces no podamos nombrarlos ni vernos sintiéndolos. "No hubo un detonante para mi tristeza, enojo, sensación de soledad..." es otra frase que evidencia desconexión con uno mismo. Aunque no siempre es tan evidente, si rastreamos en nuestro día o días anteriores o quizá en el último año de nuestra vida o a todo lo largo de nuestra vida, encontraremos las respuestas; los detonantes que a veces funcionan como carambola de muchas bandas hasta golpear en el lugar preciso de la tristeza, el enojo, el sentimiento de abandono y soledad, etc.

Terminaría diciendo que el sobrepeso rara vez es sólo un tema de hábitos alimenticios o de estilo de vida. Siempre está acompañado de un tinte emocional que vuelve más complicado el cumplimiento cabal de una alimentación sana o de un régimen de ejercicio. En muchos casos, los pacientes que acuden al nutriólogo, a pesar de ir a sus citas y cumplir con las recomendaciones de alimentación y ejercicio, sabotean sus esfuerzos para ser más saludables con episodios de hambre emocional siempre asociados a los estados emocionales antes descritos