El aceite obtenido del fruto de la Rosa Mosqueta es utilizado en numerosos tratamientos de la piel. El incremento de su uso y el creciente interés ha generado una fuerte investigación
La piel es el espejo del alma, el espejo de nuestros sentimientos y nuestro estado de ánimo. Todos hemos experimentado los síntomas cuando enrojecemos de vergüenza, cuando palidecemos al sentir miedo o se nos eriza el cabello ante un susto. Por el contrario, todos hemos visto el brillo especial de la piel emitido por personas felices.
En definitiva, la piel dice lo que sentimos.
La piel, a diferencia de lo que se piensa, es el órgano más complejo de nuestro cuerpo. Actúa de frontera entre nuestro medio interno y el mundo que nos rodea, además establece una estrecha relación con numerosos estados fisiológicos, como la nutrición, el estrés o la fatiga.
Para muchas personas la piel es su "carta de presentación" y precisan de una piel saludable para sentirse bien. Es la razón por la que los cuidados y terapias de la piel recobran fuerza. Sin embargo, para acertar con los cuidados adecuados, es necesario reservarse algo de tiempo, tiempo necesario para conocer qué necesita nuestra piel y las influencias que nuestro estilo de vida ejerce sobre ella.
Resulta paradójico conocer la historia de la Rosa Mosqueta; en esta ocasión no se trata de un uso milenario, pero su repercusión en las últimas décadas ha supuesto una revolución en el mundo de la dermocosmética. La Rosa Mosqueta (Rosa aff Rubiginosa) es una planta silvestre originaria de Europa Central. Sorprende que nunca fuera valorada ni por sus flores, ni por sus frutos, sino, nada más y nada menos, que por sus espinas. Fue utilizada para elaborar límites entre terrenos. Fue con este fin, por el que fue llevado a América, durante su conquista, siendo en Argentina y Chile donde las condiciones climáticas y el suelo han propiciado un excelente desarrollo de la Rosa Mosqueta y de unas propiedades inmejorables.
Igual de sorprendente, resulta conocer cómo se descubrieron sus propiedades: esta vez no fueron químicos, sino un grupo de ingenieros chilenos los que observaron que ciertos animales de cría, que se alimentaban del fruto de la Rosa Mosqueta, poseían unas buenas propiedades de su piel. Tras numerosos estudios, se le atribuyó esta propiedad al fruto y se comenzó a investigar sus contribuciones a la piel.
Desde entonces, el aceite obtenido del fruto de la Rosa Mosqueta es utilizado en numerosos tratamientos de la piel. El incremento de su uso y el creciente interés ha generado una fuerte investigación.
El éxito dermocosmético de la Rosa Mosqueta radica en su fruto. De él, se obtiene el aceite de Rosa Mosqueta. Para su obtención, existen diversas técnicas de extracción, que comienzan una vez finalizada la minuciosa tarea de recolección y selección del fruto:
Presión en frio: Tras una molienda se ejerce presión, sin sobrepasar los 50º C; de esta manera no se alteran las propiedades físico-químicas del proceso. Como paso final, se procede al filtrado del líquido.
Método químico: Tras la molienda, se añaden productos químicos, para extraer los principios activos. Posteriormente, se procede a un proceso de refinado de aceite, con el fin de eliminar los disolventes empleados. Para ello, se utiliza calor, por lo que se puede perder alguna de las propiedades.
¿Quiénes son los verdaderos responsables de las propiedades del aceite de Rosa Mosqueta? El 95% de su composición está constituido por ácidos grasos esenciales poliinsaturados (ácidos que el cuerpo no puede sintetizar y es necesario incorporarlos a través de la dieta) ácido linoleico, linolénico, palmítico, esteárico y oleico. El 5% restante corresponde a Vitamina C (contiene 1183 mg/100g, frente a los 40 mg/100 g de la naranja), ácido trans-retinoico, carotenoides, flavonoides, pectinas.
Para conocer cómo actúa la Rosa Mosqueta es necesario conocer que la piel está formada por tres capas: epidermis, dermis e hipodermis. Conociendo este dato, es importante percatarse de dónde radica la importancia de la Rosa Mosqueta: sus componentes actúan aportando beneficios a los tres niveles.
Epidermis: Es la capa más superficial de la piel y, por tanto, la primera en sufrir las agresiones externas. Por ello, en esta capa, la Rosa Mosqueta tiene acción epitelizante, gracias a los ácidos grasos esenciales, que conlleva a la formación de prostaglandinas, que desencadenan una serie de respuesta celulares, entre las que está la regeneración celular. Esta propiedad contribuye a una rápida cicatrización y renovación de los tejidos dañados. Por otro lado, en esta capa se encuentran las melanocitos (células que sintetizan los pigmentos que dan color a la piel). La Rosa Mosqueta, gracias al ácido trans-retinoico, actúa distribuyendo uniformemente los pigmentos y eliminando las arrugas superficiales causadas por el sol. Es decir, tiene una actividad correctora del fotoenvejecimiento.
Dermis e Hipodermis: Son las capas más profundas. En ellas se produce la recepción de estímulos (frío, calor, dolor...).
Está formada por fibras de colágeno, elastina y ácido hialurónico, que intervienen en la elasticidad y firmeza de la piel (cuando se pierde esta propiedad comienzan a aparecer las arrugas). Los ácidos grasos de la Rosa Mosqueta, activan al fibroblasto (es la célula que activa la producción de colágeno, elastina y ácido hialurónico), evitando, o retrasando, la pérdida de firmeza de la piel y, por tanto, la aparición de arrugas y estrías. Además, refuerza la barrera de las ceramidas (lípidos de las membranas celulares), evitando la pérdida de agua y contribuyendo, por tanto, a un mantenimiento de la hidratación natural de la piel.
Tras conocer el modo de acción, deja de resultar sorprendente cómo un producto de tan reciente descubrimiento, se haya hecho rápidamente un importante hueco en el mundo de la cosmética, llenado miles de estanterías con numerosos tipos de productos: jabones, geles, cremas...