Actualmente el tema obesidad ocupa un lugar muy importante en términos sociales, emocionales, de salud y de estética; es decir, cubre áreas de distintas índoles y ha llamado la atención en diversos sectores.
Es impresionante buscar información en bibliotecas, librerías, revistas, instituciones, en la red, en donde con investigaciones cuantitativas nos arrojan datos alarmantes de la cantidad de personas con sobrepeso y obesidad en nuestro país; y es aún más alarmante saber que el factor principal de origen es por cuestiones emocionales.
Parece sencillo lograr tal ecuación, digo, si nos dicen constantemente que por salud hay que hacerlo, qué dificultad podemos encontrar en las múltiples dietas en realizarlas y estar sanos?
Si nos dicen que los cuerpos esbeltos son los “valiosos y queridos”, ¿qué nos impide tener un cuerpo con esas características para poder ser “valiosos y queridos”?. En realidad es un silogismo básico, “si te hace daño, no te lo comas”, entonces el por qué seguimos en esa misma canción fuera de sintonía?.
Tomar la decisión de bajar de peso no es suficiente, porque se necesita además el compromiso con uno mismo.
Autores como Saldana y Rossell (1996), Álvarez (1996. 1998), Twerski (1998) y Strauss (2000) manifiestan que 95% de los casos de obesidad no es atribuible a causas orgánicas; mas bien, provienen del tipo de alimentación y de factores culturales y psicosociales que conducen a las personas a satisfacer sus necesidades emocionales y de autoestima a través del consumo excesivo de alimento, por lo cual el comer en exceso contribuye a subsanar la ausencia de autoestima.
El comer no se limita al hecho, únicamente, de satisfacer una necesidad básica, también se come por el placer de hacerlo y para controlar emociones.
No hay una única causa que lleve a una persona a abusar de la comida. Geneen Roth, autora de varios estudios sobre el tema, explica en su libro Cuando la comida sustituye al amor, que ella deseaba perder peso, y que para ella los kilos de más suponían protegerse de otros problemas.
”Mientras tuviera la atención pendiente en lo que comía, del tamaño de la ropa que usaba, de la celulitis y de cómo sería mi vida cuando finalmente consiguiera perder peso, no había persona capaz de herirme profundamente. Mi obsesión por el peso era apasionante… Cuando me sentía rechaza por alguien, me decía que esa persona rechazaba mi cuerpo, pero no a mí, y que cuando adelgazara las cosas serían diferentes“.
Tal descontrol es en muchas ocasiones producto de sentimientos y emociones que difícilmente se pueden identificar y mucho menos comunicar y manejar adecuadamente.
En definitiva las respuestas a la ecuación "si te hace daño, no lo comas" no es del todo sencilla de resolver. Hay una lista muy extensa de factores que se encuentran hilados por una constante: problemas emocionales.
Recuerda que el espejo de tu vida es tu cuerpo, así que ponte atención y atiende aquellas emociones que aún no digieres.