La autoestima es el sentimiento valorativo de nosotros mismos, de nuestra forma de ser, es el grado de aceptación de quienes somos tanto a nivel mental, como espiritual y corporal.
Este grado de aceptación de uno mismo se aprende, cambia a lo largo de la vida y lo podemos mejorar. Sin embargo es en las edades tempranas cuando se va moldeando.
La relación entre la crianza y la autoestima es imposible abarcar totalmente en este artículo todos los aspectos por lo que nos enfocaremos a un aspecto en particular de esta construcción que se va dando a lo largo de la vida, pero especialmente y con mayor énfasis en la infancia.
¿Como es que esta noción de la autoestima tiene que ver con la forma como nos alimentamos o se alimentan nuestros niños? ¿Tiene algo que ver? Pues bien, tiene que ver y mucho. No solamente en razón de mantener en forma adecuada nuestros cuerpos, por estética. “Somos lo que comemos” reza el conocido refrán que suelen utilizar las personas que se dedican a la nutrición y la salud. A riesgo de sonar trillado, esto es cierto en cuanto a los contenidos, pero también en cuanto a cómo comemos, cuando, con quien, etc.
Es en la edad escolar cuando el mundo social se expande, cuando vamos desprendiéndonos poco a poco del manto protector del núcleo familiar y vamos extendiendo nuestros lazos sociales hacia nuestros pares, los amigos en la escuela, la casa etc. Estos lazos sociales cobran una gran fuerza –que no tenían anteriormente y es por eso que la forma como nos sintamos en relación con nosotros mismos impactará de forma directa a la forma como nos relacionemos con los otros; y estas relaciones con los otros, si se dan de forma positiva, a su vez nos devolverán una imagen más positiva y segura de nosotros mismos.
Los padres y cuidadores (maestros, entrenadores) tienen una responsabilidad fundamental en proporcionarles a los niños las experiencias adecuadas y la retroalimentación idónea para que estas experiencias sean lo mas positivas posibles; Si les proporcionamos experiencias positivas relacionadas con la alimentación, que incluyan aspectos de formas (como horarios, convivencia familiar, constancia, opciones, oportunidad de decidir dentro de ciertos parámetros) como de contenido (variedad de texturas, sabores, contenidos nutricionales, temperaturas, etc.) estamos contribuyendo y favoreciendo la posibilidad de mejorar sus experiencias vitales: familiares, sociales, de aprendizaje, etc.
Un niño con una adecuada alimentación –más allá del peso corporal- tendrá un mejor desempeño y rendimiento, tanto en los juegos como en las actividades escolares. Intelectualmente un niño bien alimentado podrá rendir mejor en la escuela, los periodos de concentración serán más largos y el cansancio se disipará de forma más rápida.
Por el contrario niños mal alimentados, bajos de peso y/o que no reúnen las cantidades necesarias de TODOS los nutrientes que su organismo en crecimiento necesita (incluidos los carbohidratos, grasas y azucares) se sienten con poca energía, tienden a ser mas pasivos, aparentemente tranquilos no tienen la reserva suficiente para un esfuerzo sostenido. No podrán participar al mismo nivel o por el mismo tiempo en los juegos de conjunto, les faltará creatividad y viveza en la convivencia diaria. Fallarán en lo académico o en la socialización.
Es importante señalar que esta última situación se da de manera cada vez mas frecuente no solo entre el nivel de población con menores recursos donde no se pueden proveer de las necesidades nutricionales básicas; sino entre las clases medias y altas -cada vez mas preocupadas por la estética y la imagen personal hasta el punto de poner en riesgo su salud- y que en el caso de sus hijos, se preocupan tanto porque no ingieran productos “chatarra”, por controlar su ingesta de carbohidratos y calorías, desalentándoles el consumo de azucares, etc. que olvidan que estos también son necesarios en su alimentación y desarrollo.
Así por tanto, una alimentación equilibrada favorecerá en los niños un desempeño mas conveniente en todas las áreas de su vida –o por lo menos no lo hará mas difícil- y esto a su vez beneficiará en la imagen y la aceptación de si mismos, donde también la relación con los pares –muy importante en la edad escolar- será beneficiada (sin que solo se trate del hecho de ser aceptados).
Los buenos hábitos, la salud, el auto cuidado y los requerimientos nutricionales se relacionan con la alimentación, pero no hay que olvidar que por la alimentación cruzan también el goce, la complicidad, la diversión. ¡Y nunca tanto como en esta etapa de la vida!
Tampoco se trata de ejercer una crítica dura y excesiva, ni de buscar llegar al perfeccionismo. Es recomendable establecer tiempos y reglas en cuanto a la alimentación; así como una comunicación abierta para expresar tanto sus deseos como sus antojos. Hay que cuidar no ser sobreprotectores, ni en exceso controladores con sus hábitos; siendo congruentes, sabiendo negociar, anticipar, reforzar y delimitar cuando sea necesario.¡Incluso hay que darle lugar también a las excepciones! Definiendo prioridades, motivándoles y facilitándoles el acceso a alimentos saludables los acostumbramos y les damos elementos para que ellos mismos se autorregulen.